Dentro de ‘En compañía’ con Ramón García: “Enterré a mi madre un viernes y el lunes estaba haciendo el programa”
Desde hace nueve años, el espacio del popular presentador acompaña a los espectadores en las tardes de Castilla-La Mancha Televisión


Suena el teléfono en algún hogar de Quintanar de la Orden, provincia de Toledo. “¿Sí?”, responde una mujer. En el plató del programa hay caras de decepción porque cualquiera de los espectadores del programa En compañía sabe que la frase que hay que pronunciar cuando una descuelga el teléfono es: “Ramón, ¿me regalas el jamón?”. Sus conductores, Ramón García y Gloria Santoro, saludan a la señora y le preguntan su nombre. Se llama María Josefa, pero Santoro quiere saber cómo la llaman en el pueblo. “La Roscas”, responde. Risas en el público, que este martes ha venido desde Quintanar de la Orden y sabe perfectamente quién es. “¡Soy vecina de su hija!”, dice una de las asistentes.
Ya que no se ha llevado el jamón, la invitan a que acuda al programa. “No puedo ir, me viene mal el horario porque tengo que hacerle la comida al hijo”, se excusa. “Pero, ¿cuántos años tiene la criatura”, pregunta García. “Tiene 38”, responde La Roscas. De la risa a la carcajada. “¡La madre que parió al niño! ¿y no puede hacérsela él?”, pregunta García. María Josefa se acabará llevando una caja de productos típicos y el cariño de toda la gente.

García y Santoro llevan gestionando momentos así desde hace nueve años, al frente de este programa diario emitido en CMM, la televisión pública de Castilla-La Mancha, al que acuden invitados que quieren combatir la soledad “mala”, la no deseada. “Esto no es First Dates, porque aquí la gente no quiere citas ni busca pareja, quiere compañía. Como decimos, se trata de entretener ayudando”, precisa Noelia Alcántara, su directora. Aunque de esos encuentros han salido parejas, 1.764, añade (solo una mujer ha acudido en todo este tiempo buscando otra mujer), y por esas instalaciones han pasado unos 5.000 invitados, se han regalado 418 jamones y el banco de alimentos de la región ha recaudado 160 toneladas gracias a la ayuda del público que acude a diario. Público que este día llevará rosquillas y un bizcocho para que meriende el equipo.
Algunas de esas parejas posan para la foto de un mural que preside el plató y que enseña con orgullo el bilbaíno de 63 años que para toda España es Ramontxu y que para esta comunidad es, como señalan algunos, directamente dios. Previamente, ha estado saludando personalmente a los invitados de esa tarde, que lo miran con arrobo. Una visita de apenas varios segundos, pero que bastan para calmar los nervios. “Si estás hecho un chaval”, “joder, eres un artista”, “nos vemos en nada, ya verás qué bien”, les dirá. “Me gusta combinar el color de la camisa con la correa del reloj, ¿habéis visto qué azul?”, comenta en la sala de maquillaje, mientras aplacan sus brillos faciales y le fijan el peinado.

García lleva toda la vida colándose en los salones de casa, y no tiene planes de dejarlo. “Estoy en un momento pletórico de trabajo, haciendo En compañía y preparando la nueva temporada de Grand Prix. Tengo una rutina muy estricta, unos horarios muy marcados, y uno no tiene 25 años, pero tiene unos 63 cojonudos. No me quejo”, cuenta.
Ha dicho muchas veces, y repetirá esta mañana de martes en Toledo, que este programa por el que va y viene todos los días desde Madrid, le ha cambiado la vida. Y eso que cuando recibió la llamada de Juan y Medio para ofrecerle ser su homólogo en Castilla-La Mancha, no lo tenía claro. “No sabía si iba a ser capaz de hacerlo, pero Juan me aseguró que sí, porque la gente confía en mí. Eso es un piropazo”.

“Hablo con tanta gente y escucho tantos problemas…. Siempre he tenido los pies en el suelo, pero los que vienen a este programa te ayudan a aterrizar, relativizas. Siempre he sido sociable, desde pequeño en las discotecas y salas de fiestas de mis padres estaba de cara al público, y aprendí mucho detrás de una barra”, comenta.
En estos años de programa han pasado muchas cosas en la vida de Ramón García. Han fallecido sus padres y se ha divorciado. Afirma que su vida y la de sus invitados las ha acabado entrelazando. “Enterré a mi madre un viernes y el lunes estaba haciendo el programa, y al primer invitado de ese día se le había muerto también su madre. Mientras veía la ficha con los datos de su historia me di cuenta de que lo que leía era justo lo que me pasaba a mí. Le dije antes de empezar: ‘Mira, no sé cómo vamos a hacer esto, pero pueden pasar dos cosas: que nos pongamos a llorar o que nos ayudemos. Te pido por favor que me ayudes”.

García para un segundo, se emociona y se excusa: “Soy muy llorón y me involucro en cada caso, creo que este trabajo no se podría hacer de otra manera. El viaje de vuelta a casa es de descompresión, porque acabo agotado. Llego a casa y la ducha que me doy es para quitarme el programa de encima”. Retoma la anécdota: “Aquel hombre me respondió: ‘Nos va a salir muy bien’. Fue una charla preciosa”.
La mochila emocional de los invitados
Los invitados acuden con una mochila emocional. La principal carga es la soledad no deseada, esa que, cuenta Ramón, no tiene fronteras, ni ideología, ni género, ni clase social. “En el sofá se puede sentar un pastor analfabeto que vive en un pueblo y una viuda que vive en una ciudad. Están en un salón que quizá nunca hubieran compartido, pero les ha unido la soledad no deseada. Eso nos hace a todos iguales. Impresiona”, explica.

Pero arrastran otros problemas, como el de la violencia hacia las mujeres. “Lo que se ve aquí”, apunta García, “lo que han vivido madres y abuelas, es solo la punta del iceberg”. Lo cuentan en un plató, delante de una cámara, y la mayor parte de las veces no lo saben ni sus hijos. “Ahora estamos con una lata que estaba por abrir, porque llegan mujeres de más de 70 años que se plantan y dicen: “No aguanto más a mi marido”. Los hay que dirán que ¿dónde va la abuela divorciándose a esa edad? Joder, pues porque está hasta los cojones. ¿Qué pasa, que no tienen derecho?”, añade.
“¿Que qué me queda por hacer? ¡Todo! Cada día es un reto nuevo”, responde pletórico. Y se acerca, pone la mano en la rodilla de esta que escribe y cuenta feliz: “¿Tú sabes que hay médicos aquí que cuando acuden los pacientes y les cuentan sus problemas les dicen: ‘Vete a Ramón’? ¿O que hay padres que les dicen a sus hijos: ‘Oye, que voy donde Ramón? No me digas que no es precioso”.
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