Carlos Cuerpo, un templado al volante
El ministro de Economía, que gestiona la guerra arancelaria con Trump, destaca por su conocimiento técnico y por ser un político muy normal, un rasgo ya casi raro


Carlos Cuerpo, ministro de Economía y Comercio, tomó posesión de su cargo el 29 de diciembre de 2023. Tenía entonces 41 años y un currículo más denso que un cubo de plomo: licenciado en Económicas (especialidad, Macroeconomía) por la Universidad de Extremadura, cursó posteriormente un máster en Londres sobre economía monetaria. Aprobó en 2008 la exigente oposición del Cuerpo Superior de Técnicos Comerciales y Económicos del Estado, conocidos en el mundillo como TECOS. Fue analista económico en la Dirección General de Análisis Económico, organismo que dirigiría años después, y asesor económico en Bruselas. En 2021 fue nombrado secretario general del Tesoro. Así que ese 29 de diciembre de 2023, en la toma de posesión, Carlos Cuerpo podía haber hablado de muchas cosas. Pero prefirió hablar de su abuelo. Contó que había nacido en los años veinte en Valle de la Serena, de Badajoz, y que tuvo que ponerse a trabajar a los nueve años cargando arena con una mula o de pinche en una mina de wolframio; añadió que el abuelo, obsesionado con que estudiaran sus hijos —la madre y el tío del futuro ministro—, mandó a ambos a un colegio en Badajoz. La madre tenía entonces nueve años. Mucho más tarde, la madre, ya casada, emigró con su familia a Suiza para prosperar: en el momento de ese viaje, el pequeño Carlos tenía también nueve años, los mismos que tenía su hija aquel 29 de diciembre de 2023. Cuerpo eligió esa historia personal en vez de un discurso al uso por tres razones: en primer lugar, era un puro homenaje a sus orígenes (“No podemos fallar, porque vamos subidos a hombros de gigantes”); en segundo lugar, ilustraba el viaje intergaláctico que había hecho su familia —como tantas otras familias españolas de la época— en solo tres generaciones, de la mina y el burro a los despachos más poderosos del país y de la mera supervivencia a la posibilidad de elegir; finalmente, la historia escondía un guiño que indicaba para qué, en el fondo, servía o debía servir la economía, la ciencia económica o el monumental bagaje teórico adquirido por él a lo largo de los años. El ministro menos político —no está afiliado al PSOE— y más especializado del Gabinete hacía una declaración de principios eminentemente política.
Carlos Cuerpo viajó a Washington a mediados de abril, en medio del torbellino arancelario de Trump, para entrevistarse con su homólogo estadounidense, el secretario del Tesoro, Scott Bessent. Fue un encuentro difícil en el que el ministro de Economía tuvo que apelar a toda su habilidad negociadora para que la cuestión no descarrilara. Esto, sumado a su protagonismo día a día por la guerra de los aranceles y la OPA del BBVA sobre el Sabadell ha impulsado a este ministro, hasta entonces con poco recorrido.
Todos los economistas y políticos consultados para este perfil coinciden, sobre todo, en dos cosas a la hora de describir a Cuerpo: su solidez técnica, avalada por su arsenal de conocimientos y experiencia, y un carácter cordial, negociador y tranquilo que destaca por contraposición en un mundo político cada vez más polarizado, vociferante y extremo. Muchos comentaristas han reseñado de Cuerpo lo de ser, ante todo, un tipo normal. Soso, sí, pero fiable. Enemigo de meter los pies en charcos de los que desconoce la profundidad. Lo que, aparentemente, le da buenos resultados: en el último barómetro del CIS, fechado en abril de 2025, el ministro de Economía era el único del Gabinete de Pedro Sánchez que aprobaba, con un 5,1. Es cierto que también es de los más desconocidos, con un 65,8%, y que ese desconocimiento, paradójicamente, ayuda en muchas ocasiones a obtener buenas notas entre los ciudadanos. Pero también da buenos resultados la táctica de huir de polémicas ajenas y limitarse a hablar de lo que uno sabe o, mejor, a no hablar de lo que uno no sabe. “El mejor consejo que me dio nadie a la hora de afrontar esta nueva etapa política”, comenta Cuerpo, “me lo dio mi hermano, que me dijo: ‘Carlos, sé tú mismo’. Y yo soy una persona normal”.
Jonás Fernández, eurodiputado socialista que ha negociado junto a él en múltiples ocasiones, asegura que Cuerpo posee el perfil clásico del alto funcionario: “Muy bien formados, polivalentes, acostumbrados al servicio público. Ideológicamente, yo lo describiría como socialdemócrata de toda la vida, sin aspavientos”. En esta definición el propio Cuerpo concuerda. Fernández añade: “Hay políticos que crean problemas para llamar la atención y hay otros que se ocupan en silencio de resolverlos. Creo que Cuerpo es de estos últimos”.
Un miembro de Sumar que también ha negociado con él en algunas ocasiones matiza que, como la inmensa mayoría de los técnicos económicos del Estado, “tiene impregnados valores neoliberales, y por lo mismo es preso de determinados paradigmas”. Y concluye: “Es eso de, a la hora de negociar la reducción de la jornada laboral, el hagámoslo poco a poco, oigamos a las empresas. Son unos principios ideológicos que dominan hasta la socialdemocracia”.
Carlos Cuerpo y la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, han mantenido ya dos pugnas reseñables. La primera fue por la cuantía del salario mínimo interprofesional. Díaz sostenía que tenía que elevarse un 4,4%; Cuerpo era partidario de dejarlo en un 3,3%. Ganó Díaz. La segunda les enfrentó sobre la reducción de la jornada laboral. Díaz exigía que el acuerdo firmado por ella con los sindicatos fuera aprobado en el consejo de ministros sin tocar ni una coma. Cuerpo era partidario de modificarlo. También aquí salió triunfante Díaz. En lo que no ganó la vicepresidenta fue en escenificar y en alargar esas batallas en los medios durante mucho tiempo, cosa que, políticamente, a ella, con un Sumar en horas bajas, le convenía. Llegó a insinuar que el ministro de Economía “no era buena persona” por oponerse al acuerdo de la reducción de la jornada laboral. Cuerpo no entró al trapo. Pocas veces entra.
El que sea un ministro no muy conocido ha contribuido en la buena marcha de la economía. Mientras España crece a un 2,4%, Alemania se estanca en torno a un triste 0%; Francia se arrastra con un 0,8%, e Italia languidece a un 0,6%. De ahí que el Partido Popular se interese poco por el asunto en el Congreso a fin de no dar bazas al Gobierno. El mismo ministro se ha quejado de que le hacen pocas preguntas sobre su negociado. Su obsesión, con todo, es que la buena racha continúe, que la bola no se desinfle: “Necesitamos que la tarta se amplíe para poder seguir repartiéndola de manera justa, porque es necesario crecer, pero crecer para algo, para que ese crecimiento acabe repercutiendo positivamente en la vida de los ciudadanos: de la macroeconomía a la microeconomía”.
Con todo, falta una verdadera prueba de fuego para calibrar su verdadera valía política. “Hay que verle negociando unos presupuestos, por ejemplo”, asegura Daniel Fuentes, profesor de Economía en la Universidad de Alcalá, que lo conoce bien. O dando órdenes y afrontando la borrasca cuando el viento de la economía deje de soplar de popa y la oposición se lance en tromba a por una presa en apuros. “En este ministerio hay que gestionar una crisis cada día, y te puedo asegurar que es alguien templado al volante”, asegura uno de sus colaboradores.
De cualquier forma, el tipo es capaz de sorprender: en julio de 2024, en Tokio, leyó ante un grupo de empresarios japoneses un discurso en japonés. Lo había aprendido 20 años atrás, espoleado por su interés por la cultura nipona. También tiene capacidad de adaptación: a los 15 años, en plena adolescencia, cuando ya se había hecho a Ginebra, tenía su grupo de amigos y soñaba en francés, su familia volvió a Badajoz. “No me costó volver, ni integrarme: pronto encontré nuevos amigos. Pero si me hubieran preguntado a mí, me habría quedado”.
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