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Cuando los hermanos de Mariscal vestían a los modernos desde Valencia

La exposición ‘Tráfico de Modas. Arrebato, juego, familia’ recupera la firma rompedora de una emprendedora y numerosa familia que la moda rápida se llevó por delante

Pedrín Errando Mariscal, en la exposición sobre Tráfico de Modas del Centre Cultural La Nau.

En el principio, fue el juego: los 80, el color, la fiesta, las drogas. Luego, el trabajo: dos colecciones al año, pasarelas en Madrid y en Barcelona y en Milán, cuatro tiendas por España, una clientela fiel. Y, poco más de diez años después, un cambio de época que puso punto final al juego y al trabajo: los 90, el fast fashion, la ropa de usar y tirar, otros gustos.

Cuando en 1980 parte de los 11 hermanos Errando Mariscal comenzaron a experimentar con tejidos, patrones y estampados, cuando todo “explotaba como una olla a presión”, cuando el apellido del popular diseñador Javier Mariscal era el símbolo de una nueva forma de hacer las cosas, no se imaginaban que unas camisetas serigrafiadas serían el germen de la marca Tráfico de Modas, ni que esta tendría una vida breve: un ascenso meteórico, una caída fulminante.

Así lo recuerda Pedrín Errando, diseñador, cuyos bocetos, fotos y prendas de ropa acoge la exposición Tráfico de Modas. Arrebato, juego, familia que se puede visitar hasta el próximo 12 de octubre en el Centre Cultural La Nau. Un recorrido circular que abarca desde las famosas camisetas de los Errando, pioneras en subirse a una pasarela, hasta abrigos de invierno o ropa infantil. “Nosotros contribuimos a darle color a una cultura reprimida, a una sociedad reprimida y a una estética reprimida”, reivindica el diseñador.

Juego: “Un testimonio de los que hicieron explotar todo”

Hijos de un padre falangista pero tolerante de puertas adentro que murió cuando Pedrín tenía diez años y de una madre con aspiraciones artísticas incumplidas que falleció a sus dieciséis, los hermanos se buscaron su “propio universo” para huir del tedio de la burguesía valenciana. Ese universo, para Pedrín, comenzó siendo la música pero, como todo estaba por hacer y todo era posible, pronto viró hacia el diseño cuando su hermano Jorge abrió la tienda vintage El Señor del Caballito y los demás empezaron a fabricar cosas para vender en ella como pequeños objetos de vidrio pintado, regalos de madera o jerséis hechos a mano.

“Tráfico de Modas fue nuestro paso de la adolescencia a la madurez, la época más bonita, donde todo está por experimentar, por descubrir, por disfrutar, pero es también un testimonio de los que hicieron explotar todo”, asegura Pedrín Errando. Para esa explosión controlada, los autodidactas Pedrín, Santi, Jorge y Ada Errando, Javier Mariscal, y la entonces pareja de Pedrín, María José Villalonga, utilizaron como arma algo tan sencillo como una camiseta.

Pedrín Errando, entre camisetas de Tráfico de moda.

La imagen, ahora, no sorprende, pero entonces lo hacía: un grupo de modelos, escogidas de entre las amistades de la familia, sube a la pasarela. Llevan camisetas estampadas, serigrafiadas, alegres, coloristas, desenfadadas. No vestidos, ni tacones, ni licra, ni tops: camisetas. “En el momento en el que se asientan las tribus urbanas, ellos se desmarcan y abrazan el concepto de antimoda: para no aburrirse no buscan generar una identidad de marca, sino que todas sus colecciones son diferentes entre sí, más allá de la camiseta como prenda icónica e inédita en los desfiles”, destaca la historiadora del arte y comisaria de la exposición, Esther González Gea.

En esos primeros pases en el Salón Gaudí de Barcelona, en la Cibeles madrileña, rompieron con todo, también con el concepto de modelo. Subieron a la pasarela a grupos de chicas, a personas que no solo desfilaban sino que hablaban entre ellas, que interactuaban en una especie de caos, a niños. “Renegábamos del glamur, de las celebrities, de las top models, de todo ese mundo, y buscábamos hacer algo menos mitificado, más cercano a la gente, a veces más urbano”, asegura el diseñador.

Prisa: “Había una expectativa muy potente”

Pedrín recuerda la fiesta y la diversión, pero también el trabajo y, sobre todo, la prisa: “Había que correr muchísimo porque los acontecimientos estaban siempre a punto de desbordarse”. Correr para producir, correr para profesionalizarse. Para hacer siempre algo diferente. En el catálogo de Tráfico de Modas hay trajes que imitan cuadros de Gauguin o de Van Gogh, hay camisas con estampados de muñecos diseñados por Javier Mariscal, hay un abrigo de invierno con un estampado inspirado en los históricos tapices de cacerías, hay vestidos inspirados en trajes de luces, hay trajes que buscan imitar la sobriedad de la vida sencilla de los pueblos y el campo mediterráneo.

Es difícil determinar cuándo el juego empezó a transformarse en trabajo. “Para desfilar tuvimos que aprender a hacer un muestrario en condiciones, y luego a trabajar dos colecciones al año, una cosa tremenda”, recuerda Errando. Había, dice, “una expectativa muy potente”. Esa transformación la define con una palabra: vértigo.

María José Villalonga, encargada de producción, empezó a detectar unos ritmos que hacían que la aventura empezara a parecerse a una empresa: “Íbamos a las ferias en París y veíamos tendencias, y de allí Pedrín venía con estampados y le decía a su hermano [Javier Mariscal] ‘quiero esto’”, explica. Luego, ella iba a ver a los fabricantes y comenzaba la búsqueda de calidad: algodones, lanas, derivados de la celulosa, lino. Materiales que duraran, porque las colecciones de Tráfico de Modas se mantenían en tienda varios años y se animaba a los clientes a recombinar prendas. Llegó a haber cuatro tiendas -en València, Barcelona, Madrid y Valladolid-, una treintena de empleados y un taller. Y una comunidad de fieles que “iban a la tienda porque se identificaban con el estilo y se dejaban dirigir para escoger”.

Cierre: “La ‘fast fashion’ barrió un sector en poco tiempo”

1992 fue el año de las Olimpiadas de Barcelona, el año de la Exposición Universal de Sevilla, el año de Cobi, la mascota que Javier Mariscal diseñó para la cita olímpica. Pero también el punto final de un proyecto, que vio venir el cambio de época cuando ya era tarde. “Culpo mucho a la fast fashion, que luego se fue contagiando a la alimentación, al turismo y ha terminado provocando un problema de sostenibilidad muy grande”, lamenta Pedrín. La caída en picado fue fulminante. “Fue rapidísimo, barrió un sector en poquísimo tiempo, y eso es algo que en todos los sectores pasa, pero en la moda es especialmente tremendo”, considera. En 1992, los hermanos decidieron poner fin a Tráfico de Modas y a su hermana infantil, Trafikito.

Pero no encuentran motivos para la nostalgia porque el legado de Tráfico de Modas está vigente hoy. “Tuvimos presentes conceptos como la sostenibilidad, que la ropa durara más de una temporada, que te la compraras y pudieras ponértela durante años”, señala Errando. También la comunidad, construida a partir de una familia extendida, de amigos-trabajadores y de clientes-amigos. “Y la androginia, con nuestra apuesta por despegar la ropa del cuerpo de la mujer, por la camiseta frente a las licras que se llevaban entonces”, añade Pedrín, que cree que son “muchas claves que tienen que tienen que ver con la identidad, con la reivindicación política”. La política como algo que iba más allá de los mítines y de las protestas de sus hermanos mayores. “Ellos estaban muy comprometidos con la lucha antifranquista y nosotros aparecimos con lo que parecía una actitud más frívola, pero luego se dieron cuenta de que tenía valor, y quizá hoy vuelva a tener vigencia”, sostiene.

Esther González Gea asegura que, por esa vigencia, la muestra -que también incluye documentación y bocetos que acoge el Archivo Valenciano del Diseño- “no se ha quedado en la glorificación de una marca y una época, sino en su carácter presente”. “Queremos que la gente joven vea que otra forma de crear moda es posible, pero también que otra forma de consumir es posible”. Esa otra forma, para Pedrín, es juego, fiesta, celebración, la “avidez” que detecta en los jóvenes creadores. También trabajo, calidad, cuidado. Y algo que entonces era para ellos un instinto y que hoy llamamos sostenibilidad. “Hoy lo único que puede tener sentido es la moda justa”, concluye.

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