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Antonio Manuel, escritor: “Este país está enfermo de amnesia y de prejuicio”

El jurista cordobés invita a conocer la historia de España para reforzar la democracia y ejercer la reconciliación

El profesor y escritor Antonio Manuel Rodríguez, en Córdoba, el pasado 14 de abril.
Ángeles Lucas

En el documental Las llaves de la memoria, el profesor de Derecho Civil y escritor Antonio Manuel (Almodóvar del Río, Córdoba, 56 años), compara en una escena los cuatro dedos que le quedan en su mano derecha con los ocho siglos de historia mutilada de al-Ándalus y la herencia latente en sus palabras. “¿Qué te pueden amputar para dejar de ser tú? (...) Lo único es la memoria. Y esto le pasa a las personas, y a los pueblos”, reflexiona en la cinta. “Igual que nos aprendimos a los Austrias y los Borbones, debemos conocer a los reyes omeyas y nazaríes”, expone ahora. Se afana en alumbrar historias mudas bajo los discursos de los poderosos y, entre sus proyectos, hoy estrena en Cuba el documental Lorca en La Habana, del que es codirector y coguionista. También acaba de publicar su último libro, Tu nombre mío (Berenice), en el que narra la vida de una hija obligada a cuidar a su madre que intentó matarla cuando niña y ahora sufre alzhéimer. Anda siempre trajinando: en 2013 montó un laboratorio antidesahucios y abandera la lucha de las inmatriculaciones de la Iglesia.

Pregunta. Ha escrito una novela a partir del silencio del olvido. ¿Dónde se esconden en la sociedad estos silencios?

Respuesta. En el ruido. El humanismo está debajo de una capa de ruido que nos ha enfermado la mirada y que nos incapacita a reconocer lo evidente. Hay un ruido político que intenta banalizar la democracia; un ruido humano que intenta banalizar la guerra; y un ruido animal, que intenta acallar la razón y el corazón. Y los tres ruidos están abanderados por los poderosos, que han sido capaces de convencer a los más débiles de que les interesan. Por eso es importante que sean los más débiles los que tomen conciencia del ruido y que puedan discernir en el silencio la humanidad y la paz que se están perdiendo.

P. ¿Por qué se queda con la reconciliación en Tu nombre mío?

R. Porque solo entiendo la literatura como arma de construcción humana y política. Hay un mensaje rabiosamente intimista contra el individualismo, que apela a la necesidad de ayudarnos. Un alegato por el respeto al diferente, por el perdón, por esta necesidad de estar abiertos a amarnos hasta el último hálito de la vida. Esa es la revolución que tenemos pendiente.

P. ¿Cómo opera el perdón frente a la injusticia?

R. Quien no tiene capacidad de perdonar no tiene capacidad de amar. Demasiadas veces, en política y en la vida, no se perdona, y así se olvidan años enteros de amor, de entrega al otro... Nos ha costado muchísima vida llegar a la democracia, y ahora nos toca mantenerla. De pronto, olvidar tanta lucha es morder el anzuelo de quienes pretenden destruirla. Por eso es tan importante perdonarnos: para situar una causa por encima de todas las demás, que desde un punto de vista político es la defensa de la democracia.

P. Defiende también reclamar un sitio más justo al olvido de al-Ándalus.

R. Solo se ama lo que se conoce. Este país está enfermo de amnesia y de prejuicio. Extranjeriza parte de su pasado, el periodo más largo de su historia, y a la vez se siente orgulloso de él. Presume de la Alhambra, de la Mezquita, de la Giralda, y reniega de quienes las levantaron o de la lengua que hablábamos. España es un país que ha construido su identidad frente a eso. Tenemos que aceptar que al-Ándalus también forma parte de nuestra historia y de nuestra identidad. Si no la conocemos, jamás nos amaremos.

Fragmento de la película 'Las llaves de la memoria'.Vídeo: JESÚS ARMESTO

P. ¿Qué impacto ha tenido Las llaves de la Memoria?

R. Ha calado muy hondo porque llama a la razón y al corazón. No es solo la verdad de lo que te han amputado, sino que al conocerlo inmediatamente te reconoces, te identificas porque lo sientes tuyo. Es como una revelación. Entonces dices: “¡Ah, claro, ahora entiendo por qué hablo así o por qué hacemos determinadas cosas!”. Añade la pieza del mosaico que nos falta, que estaba ahí, latente. Nuestra historia es como un palimpsesto, solo hay que rascar un poco para encontrar la huella que nos han intentado ocultar.

P. ¿Recordar a Lorca también es buscar esas huellas?

R. Lorca era un ser de luz, que pintaba como un niño, que vivía como un adolescente y que escribía como nadie para ser amado. Y era amado porque amaba especialmente a los más débiles, a los perseguidos. Federico se alinea con todos ellos, con los pobres, con los gitanos, con los homosexuales, con los negros, con las mujeres, con los que cuestionan a los poderosos, con el pueblo, y eso lo hace universal.

P. En Cuba se quita la máscara.

R. La máscara es un elemento recurrente en su obra porque la tenía cosida a la cara en esa España rancia y casposa. Tenía que quitársela, por eso en Cuba, donde se le cayó, fue libre y feliz. Mostrarlo fue uno de los objetivos del documental, codirigido con José Antonio Torres en una producción de Plano Katharsis participada por Canal Sur. Además, en Cuba tomó una decisión que creemos trascendental en su vida: no volver a ponérsela nunca más. Regresar a España era su deber de poeta porque luchar por los valores de la República era luchar por sí mismo, para que nadie más tuviera que llevar la máscara.

P. Ahora hay una lucha por las personas sin casa y fundó un laboratorio antidesahucios en 2013. ¿Lo vio venir?

R. Surgió en plena crisis inmobiliaria como una experiencia de innovación docente. En aquel momento, parar los desahucios era poner un torniquete a una herida, pero nuestra misión pretendía resolverlo de forma estructural. Vivienda es el gerundio en femenino del verbo vivir, un bien jurídico hecho de vida. Por eso una vivienda vacía solo es un inmueble, un cuerpo sin alma. Llevamos nuestras propuestas al Congreso de los Diputados, al Parlamento de Andalucía... Y conseguimos que España ratificara la Carta Social Europea, por eso ya merece la pena haber vivido. Pero no se toma en serio el problema.

Otra imagen de Antonio Manuel Rodríguez en Córdoba.

P. ¿Dónde está el problema?

R. No puede ser que en el siglo XXI los modos de a la vivienda sean los mismos que en el derecho romano. Se puede fragmentar la propiedad, por ejemplo. ¿Por qué no se legislan tenencias temporales, intermedias o colectivas? Porque hay un legislador que teme tomar esas decisiones, audaces pero necesarias, frente a inmobiliarias, entidades financieras y fondos de inversión que tienen un stock inmoral de inmuebles. En Francia, Reino Unido o Portugal, aunque tímidamente, se han tomado algunas de estas medidas. Pero aquí los políticos son demasiado pacatos.

P. ¿Por qué no se hace?

R. Porque esos lobbies entienden que la propiedad es sacrosanta, intocable, y no permiten que se regule su límite, la función ecosocial, a la que debe estar supeditada para proteger a los más débiles.

P. ¿Y cómo sigue la lucha de las inmatriculaciones de la Iglesia?

R. Ay. Es más fácil que el Madrid baje a Segunda que la Iglesia devuelva un bien inmatriculado. La jerarquía católica quizá sea hoy más poderosa que en el Franquismo, cuando era Estado. Tiene inscrito más del 80% de nuestro patrimonio histórico, bienes de dominio público en su mayoría.

P. ¿Es un patrimonio que esconde silencio, olvido, memoria?

R. Me parece inconcebible que en las leyes de Memoria Democrática no se mencione a la Iglesia católica. Ese silencio es atronador. Y no soy antirreligioso, pero eso no tiene nada que ver con que se le permita ser un paraíso fiscal, que devuelva lo que es nuestro y pague por lo que es suyo. No hay mentira más burda que lo de pagar religiosamente.

Antonio Manuel, junto a una escultura dedicada a Federico García Lorca, en Córdoba.

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Sobre la firma

Ángeles Lucas
Es editora de Sociedad. Antes en Portada, Internacional, Planeta Futuro y Andalucía. Ha escrito reportajes sobre medio ambiente y derechos humanos desde más de 10 países y colaboró tres años con BBC Mundo. Realizó la exposición fotográfica ‘La tierra es un solo país’. Másteres de EL PAÍS, y de Antropología de la Universidad de Sevilla.
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