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El Prado se pone en modo taquillazo con una exposición sobre Veronés, el maestro del Renacimiento

El museo reúne más de un centenar de obras que recorren el legado del “pintor de la elegancia”, en palabras de Miguel Falomir, director de la institución

'La cena en casa de Simón', Paolo Veronese. Óleo sobre lienzo, 315 × 451 cm h. 1556-60 Turín, Musei Reali di Torino, Galleria Sabauda. Cortesía del Museo del Prado
Ana Marcos

Una vez al año, con suerte, los grandes museos que albergan la memoria de los antiguos maestros abren las compuertas con cierto boato y permiten al público ver una gran sucesión de obras maestras una detrás de otra. Es lo que se conoce como una exposición blockbuster, una de esas que los responsables de la pinacoteca ya saben que va a ser un éxito incluso antes de la inauguración. El Museo del Prado inaugura este martes Paolo Veronese (1528-1588), una muestra que responde a esta premisa del taquillazo, en la jerga del cine. Más de un centenar de obras, algunas monumentales, llegadas de prestigiosas instituciones internacionales como el Louvre y la Galleria degli Uffizi, entre otras, dialogan con las 15 piezas que posee el museo. Esa idea casi de evento se refuerza cuando Miguel Falomir, responsable de esta institución y comisario de la exposición, deja este titular: “Veronés fue el Cary Grant de su época”.

Falomir regala la comparación entre uno de los grandes maestros del Renacimiento y el elegante actor de Hollywood frente a La cena en casa de Simón, una de las piezas que vertebra la exposición y que, por las palabras del director, se desprende que era esencial y muy difícil que acabara colgada en el Prado. La obra le sirve también para hacer una introducción a la figura de Veronés. “Su firma está en ese clavo que agrieta una columna”, señala, “es un homenaje a su familia”. El pintor era hijo de un talla piedra, como se conocía en la Italia del siglo XV y XVI a quienes trabajaban con este material. “Su familia no tenía ni apellido, los llamaban los rompepiedras”, acompaña Enrico Maria del Pozzolo, al recordar sus humildes orígenes.

“Sin embargo, murió rico”, prosigue Falomir, “fue un pintor de éxito, que se llevaba bien con todo el mundo, no generó grandes rivalidades pese a trabajar en el ambiente más competitivo de la historia del arte; tampoco tuvo muchos problemas con la Inquisición”. En una ocasión, ha recordado Pozzolo, tuvo que cambiar el nombre de su cuadro sobre la última cena cuando los censores le reclamaron que había llenado la escena de animales y enanos, entre otras figuras. “Los pintores somos como los locos, si hay sitio suficiente lo lleno con lo que se me ocurre”, fueron sus palabras, según el comisario.

'Cristo en el huerto de los Olivos', de Paolo Veronese. Óleo sobre lienzo, 81,8 x 106,5 cm h. 1582-83. Milán, Pinacoteca di Brera.

“Vivió hasta un matrimonio feliz”, remata el director. ¿Demasiado soso, entonces? “Bueno, tampoco pondría yo la mano en el fuego por la vida de Veronés”, se sonreía Falomir, que defiende que en esta trayectoria aparentemente inocua está una de las condenas del pintor al haber perdido cierta fama entrado el siglo XX: “Hemos confundido la vida y la obra de los creadores y por eso nos gustan más los malos como Caravaggio, con su biografía plagada de crímenes”. Complicado competir contra un asesino.

Esta muestra es un claro empeño en que Veronés vuelva a cotizar al alza. En la sucesión de obras organizadas al principio y al final de manera cronológica, con una parte central que se recrea en sus temas recurrentes —“Esto no significa que la mitad de su carrera fuera inmovilista desde el punto de vista creativo”, apunta Falomir―, se identifica, explican los dos comisarios, su pintura rápida. “Tiene formación como pintor de frescos de residencias particulares tanto en el campo como en la ciudad, por eso sabe que tiene poco margen para las correcciones”, afirma el director del Prado. “También por eso hay en muchas partes de los cuadros donde se ve que ha trabajado sobre la preparación, para ir más deprisa. Es de una eficiencia extraordinaria”, prosigue el comisario.

Detalle de una de las salas del Museo del Prado que acoge los frescos y la recreación en el techo de Veronés.

Para solventar expositivamente su trabajo sobre pared, un reto para el museo, han conseguido traer a Madrid los dos fragmentos arrancados de un palacio que quedan. Se trata de La justicia y La templanza de Castelfranco Véneto (Treviso), en la parroquia de Santa Maria Assunta y San Liberale. En el techo de una de las estancias del museo se ha reproducido la sala del Olimpo de la Villa Maser en la que recreó los paisajes y las ruinas que Plinio y Vitruvio describieron en sus obras.

Hay también en la paleta de Veronés otro rasgo propio de su legado artístico, la capacidad de armonizar colores fríos como el rosa, el azul y el amarillo y salir victorioso en composiciones que siempre se han vinculado con cierto oropel. Por esta razón, recuerda Falomir, también su fama se vio algo opacada: “No ayudó cierta asimilación de su pintura con el lujo y la ampulosidad”.

'Marte y Venus con Cupido', de Paolo Veronese. Óleo sobre lienzo, 48 × 39,5 cm h. 1565-70 Turín, Musei Reali di Torino, Galleria Sabauda.

Con esta exposición se cierra un ciclo sobre la pintura del Renacimiento que comenzó hace 25 años. En estas dos décadas se han sucedido cuatro exposiciones, dos de las cuales se referían directamente, también en forma de monográficos, a esos supuestos rivales de Veronés contra los que nunca llegó a competir, remachan los dos comisarios. Primero fue Los Bassano en la España del Siglo de Oro (2001), después llegaron Tiziano (2003) y Tintoretto (2007), y en 2018, Lorenzo Lotto. Retratos.

“Tintoretto fue uno de los mayores genios de la iconografía que realizó las composiciones más increíbles desde la ortodoxia”, explica Falomir, que recuerda: “Ahora que hablamos de taquillazos, cuando hice esa exposición mucha gente pensó que se trataba de una marca de ropa”. De Tiziano destaca “la sensualidad que supo imprimir a su pintura”. Y cuando tiene que rematar la clase a la que apareja a Veronés, añade: “Supo conseguir esa misma sensualidad con mayor elegancia en piezas, por ejemplo, como las mitológicas”. En esta muestra se pueden ver unos cuantos ejemplos en los que los mitos en vez de recrearse desde la violencia se circunscriben a la delicadeza, como en El rapto de Europa del Palacio Ducal de Venecia, “una obra maestra absoluta”.

La obra 'La Virgen con el Niño, san Pedro y una santa mártir', de Veronés, expuesta en El Prado.

Veronés culmina a la vez la etapa en la que la pinacoteca ha terminado de resutaurar todas las obras que posee pertenecientes a este periodo. A Falomir, explica, le ha sumergido además en lo que denomina “la piedra fundacional de la antigua colección real y del actual Museo del Prado”. “El padre del Prado es Tiziano”, dejó por escrito el financiero inglés Edward Hutton en referencia a uno de los primeros autores que coleccionaron los monarcas españoles. Esas obras en las que primaba el color y los sentidos y que son la columna vertebral. El Prado se convierte, así, con esta exposición en el único museo en el mundo que ha dedicado tres muestras a los tres grandes pintores del Renacimiento.

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Sobre la firma

Ana Marcos
Redactora de Cultura. Forma parte del equipo de investigación de abusos en el cine. Ha sido corresponsal en Colombia y ha seguido los pasos de Unidas Podemos en la sección de Nacional, además de participar en la fundación de Verne. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de periodismo de EL PAÍS.
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