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Pro Icyc, el centro fundado por padre Alceste que acumula denuncias de adopciones ilegales desde los años setenta

La organización impulsada en Chile por un sacerdote italiano registra un gravísimo patrón de señalamientos: la sustracción de decenas de niños, en su mayoría hijos de madres solteras, para su entrega a familias europeas y estadounidenses

Eleonora Giorgi

“¡Tienes que resignarte! Tu hijo está en Italia”, le dijeron a Veronica del Carmen Ruiz Gordón en el hogar de infantes Quinta de Tilcoco, en el centro de Chile, después de haberle negado la posibilidad de ver a su hijo por un tiempo. Verónica, que trabajó en el campo y nunca pudo estudiar, tenía dos hijos. Era 1999 y en esa época trabajaba en la casa de una familia acomodada de la zona como empleada doméstica. No sabía dónde dejar a su hijo, así que –siguiendo el consejo de la familia para la que trabajaba– lo dejó en el hogar fundado en 1970 por un cura italiano, padre Alceste Piergiovanni.

Un santo, para los que trabajaron con y para él, un benefactor para los que acudieron a él para adoptar uno de los “más de 1.200 niños desafortunados” del sur del mundo. Según la Policía de Investigación chilena, la PDI, se trata de una de las personas más investigadas en el marco de la causa sobre las adopciones irregulares. Para las madres que encontramos reunidas en un pequeño salón en Talca, fue el hombre que facilitó la desaparición de sus bebés. Ellas siguen ahí, buscando a sus hijos y esperando algún tipo de noticia sobre ellos que nunca llegó.

El caso de padre Alceste es representativo de cómo las adopciones irregulares en Chile no empezaron ni terminaron con la dictadura. Tanto es así que hay casos que se remontan a 1950 y que llegan hasta 2024, como se comprobó en la primera parte de esta investigación periodística. El “cura de Tilcoco” tramitó adopciones a lo largo de décadas sin que nadie cuestionara sus métodos.

Hace casi una década en Chile estalló un gran escándalo, que se ha convertido en un caso internacionalmente conocido, sobre 20.000 adopciones realizadas durante los años de la dictadura de Pinochet. La estimación es del magistrado que en 2017 abrió la primera carpeta, Mario Carroza, en la actualidad ministro de la Corte Suprema. La justicia chilena y una brigada de la PDI han estado investigando el escándalo durante años. Sin embargo, debido a una importante reforma de la justicia ambos equipos solo se ocupan de los casos ocurridos hasta 2004, y las denuncias relacionadas con los años posteriores se derivan –por separado– a Carabineros o al Ministerio del Interior. Por lo tanto, no existe una entidad pública chilena que investigue las denuncias de adopciones irregulares ocurridas en los últimos 20 años, reuniéndolas en un solo grupo. Por la misma razón, tampoco existen cifras oficiales sobre cuántas denuncias se han presentado desde 2004, y la justicia nunca ha investigado para hallar patrones comunes o imputar a presuntos responsables.

Las denuncias de las que, desde los años setenta, señalan al padre Alceste son abrumadoras: decenas de madres –en su mayoría solteras y en condiciones de vulnerabilidad– cuyos hijos fueron repentinamente sustraídos y rápidamente adoptados por adineradas familias europeas, sobre todo italianas, y estadounidenses. “Mamás que tuvieron a las visitas en un principio y, de repente, se las negaban, y eso favorecía la demostración de la condición de abandono del menor, para que el juez otorgara el permiso de adopción”, relata Melisa Sepúlveda, de la agrupación Hasta Encontrarte, que ayuda a las madres que denuncian adopciones ilegales en la región del Maule y Bernardo O’Higgins: son decenas las que denuncian la adopción ilegal de sus hijos, realizada por el hogar de Quinta de Tilcoco desde 1970 hasta 2004.

Verónica volvió al hogar el año pasado exigiendo justicia, pero fue despedida bruscamente por los responsables, los cuales –después de mucho insistir y de haberle advertido que dejara de hacer preguntas– se limitaron a darle un papel en el que habían escrito a mano dos fechas, la de entrada y la de salida del niño: 30-06-1999 y 11-08-2004.

La historia de Verónica se parece a la de las hermanas de Pablo Villalobos, quien fue criado en un hogar. La mamá de Pablo, como Verónica, también trabajaba de empleada doméstica en una casa de una familia acomodada. Y, una vez más, fue la familia que la empleaba la que le sugirió que enviara a las hermanas de Pablo a un hogar para que ella pudiera “trabajar tranquilamente”. La señora no tenía otra opción que seguir la propuesta de la familia, necesitaba ese trabajo. Fue así que las niñas terminaron en el hogar de padre Alceste. Nunca más le permitieron verlas. En 1997 las dieron en adopción sin el consentimiento de la madre.

Melisa, la esposa de Pablo, se sumó a Hasta Encontrarte y contando solo con su determinación, está tratando de buscar estos “hijos perdidos” por las redes sociales. Ya encontró a seis personas que fueron adoptadas forzosamente desde el hogar y enviadas a Italia después del año 2000.

Viejo conocido de la justicia

El padre Alceste, fallecido en 2003, dirigió varios hogares en Chile, y el mayor y más conocido es justamente el ubicado en el pequeño municipio de Quinta de Tilcoco. Según se desprende de la carpeta judicial del caso a cargo del ministro Alejandro Aguilar, es una figura muy conocida por la justicia chilena, que investiga el tráfico de niños desde hace muchos años. Así lo aseguró Ana Luisa Prieto Peralta (fallecida en 2020), figura fundamental de la justicia juvenil, que fue jueza titular del Primer Juzgado de Menores de Santiago y fundadora de la Fundación Nacional para la Defensa Ecológica del Menor de Edad: “El curita de la Quinta de Tilcoco [padre Alceste] era conocido por robarse a los niños sin la autorización de sus padres. Tenía muy buenas relaciones, nos invitaba a reuniones en Santiago, en Erasmo Escala, pero lo que buscaba, en definitiva, era mayor apoyo para sacar niños del país para ser adoptados en el extranjero”.

La organización creada por padre Alceste se llama Pro Icyc y en su página web, que hace meses dejó de existir, se elogiaba su obra, que “hizo adoptar 1.200 niños chilenos desde los años 70″. A pesar de los testimonios recogidos en el expediente judicial sobre la forma de actuar del padre Alceste y las decenas de denuncias en su contra, tras la muerte del sacerdote un grupo de padres adoptivos italianos tomó las riendas de la asociación –ahora dirigida por Giovanni Palombi– y la autorización a Pro Icyc nunca fue suspendida ni retirada por el Estado chileno: hoy sigue operando en Chile tras la fusión, en 2021, con otra entidad italiana: SOS Bambino.

Cuando Melisa intentó comunicarse con Giovanni Palombi para pedirle que las ayudara en la recolección de información, este le respondió que no la entendía porque “no hablaba español”, a pesar de haber viajado a Chile muchas veces a lo largo de los años y dirigir una organización que opera en el país andino.

ado telefónicamente para este reportaje, Giovanni Palombi afirma no saber nada acerca de las investigaciones sobre padre Alceste y de no poder ayudar a las madres. “Nosotros solo mandabamos algo para ayudar, todos los trámites se hacían en Chile y yo no me puedo hacer responsable de algo que se hacía en Chile”.

Pese a las denuncias y a las investigaciones sobre la obra de Padre Alceste, las autoridades chilenas nunca han comunicado quejas a las autoridades italianas competentes, como atestigua Vincenzo Starita, vicepresidente de la CAI, la autoridad central italiana en materia de adopciones internacionales. “Si una autoridad extranjera”, explica, “tiene conocimiento de investigaciones que impliquen a entidades italianas, está obligada a comunicárnoslo inmediatamente para que podamos hacer las averiguaciones necesarias. Pero nunca hemos recibido ninguna denuncia en este sentido”.

En cambio, los casos siguen destapándose, como el de María (nombre ficticio), que vive en una localidad de Rengo, muy cerca de Quinta de Tilcoco. Cuando su hijo nació, en 2005, María tenía una vida difícil. Ya en el hospital, se rehusaron a entregarle su propio hijo y lo mandaron a una sala cuna (es decir, un establecimiento que recibe durante el día a bebés) que funcionaba en la misma localidad de Rengo. Ahí el niño se quedó hasta los dos años de edad y María lo iba a visitar con regularidad, hasta que un día llegó y le dijeron que el niño ya no estaba. Así sin más, sin comunicación previa. A María le costó mucho averiguar dónde habían enviado a su hijo, hasta que se encontró con que efectivamente el niño había llegado al hogar de Quinta de Tilcoco. Ahí pudo visitarlo unas tres veces y después empezaron a negarle las visitas por distintas razones, hasta que una mujer que trabajaba en el hogar le dijo que no perdiera más el tiempo porque el niño ya no estaba: lo habían dado en adopción.

Además de las versiones de las madres, están las de los hijos, cuando consiguen rastrearlos, quienes tienen que enfrentar una realidad muy difícil de procesar. Es el caso de Juan (nombre ficticio), que fue adoptado por un matrimonio italiano a los 12 años, después de haber entrado al hogar cuando apenas tenía uno. Su mamá, Rosario (nombre ficticio), cuenta que en esa época trabajaba en un restaurante y no tenía dónde vivir con su hijo. Y fue la misma dueña de ese restaurante la que involucró a un asistente social que le sacó el niño para llevarlo al hogar de padre Alceste. Pero ella, durante más de nueve años, lo visitó todas las semanas. De hecho, Rosario cuenta que en un momento llegaron a entregárselo durante todo un verano para que ella lo tuviera, pero nunca le dieron la posibilidad de recuperarlo.

Después de ese verano la llamaron, la citaron al juzgado en Rancagua y le dijeron que a Juan lo iban a dar en adopción. Ella no quería y se negó a firmar los papeles. Ese mismo día, en el juzgado, estaba un matrimonio italiano junto a la gente del hogar, los asistentes sociales y el director. Ella quedó firme con su decisión, no firmó y se fue. A partir de ese momento, empezaron a negarle las visitas. Después la volvieron a itir pero antes de entrar a verlo, según cuenta Rosario, el director le hizo firmar un documento que, le dijo, sería un permiso para unas vacaciones fuera del país. Ella se sintió incluso agradecida de que tomaran en cuenta el hecho de que ella tenía que autorizar el permiso de salida de su hijo. Firmó el documento y no lo vio nunca más hasta que supo que su hijo había sido adoptado. Juan, que en esa época tenía 12 años, solo se acuerda de que ella sí firmó los papeles para entregarlo en adopción y cuando buscó a su mamá, solo fue para entrar en o con su hermana. Con Rosario no quiso volver a hablar.

Hace unos años, en 2016, la asociación Pro Icyc y el hogar de Quinta de Tilcoco terminaron en el centro de un escándalo por la muerte de una menor. El 30 de noviembre de 2017, las autoridades chilenas fueron notificadas del cierre del hogar Quinta de Tilcoco como residencia acreditada del Sename por falta de fondos. La clausura se produjo tras una denuncia contra la de la directora del hogar, María Teresa González, y de la educadora Tania Gaona por la muerte de Rechel Contreras, que falleció en 2016 con solo 10 años por no recibir un tratamiento adecuado para el lupus, enfermedad que la pequeña padecía desde hacía años. Los padres habían sido despojados de la custodia de su hija por el Sename precisamente porque –según las acusaciones– no le brindaban el tratamiento adecuado.

Sin embargo, la falta de cuidado no parece ser un problema solamente de los casos más recientes. Cuando en 1980 el papá adoptivo de Cristina Prisco, hoy ciudadana estadounidense de 45 años, la fue a buscara Quinta de Tilcoco, se encontró con muchos niñosde varias edades a los que solo “le daban agua y azúcar”. “Si Dios quiere que vivan, vivirán”, le dijo padre Alceste al señor Zagaglia.

Cristina nació en 1980 y fue adoptada cuando tenía 3 meses a través de padre Alceste, que se iba de viaje a Estados Unidos por lo menos dos veces al año, y de la organización LAPA (Latin American Parents Association), que ya no existe. Cristina fue robada en el hospital donde su mamá había dado a luz. “Tu beba está muy amarilla, mejor te vas a tu casa y vuelves mañana a visitarla”, le dijo una doctora. Al día después esa doctora no estaba y la niña tampoco. LAPA y padre Alceste también gestionaron la adopción de Rachel Smolka, que hoy tiene 42 años y también vive en Estados Unidos. A su mamá biológica le dijeron que la niña había fallecido pero nunca le mostraron el cuerpo. Los padres adoptivos de Rachel no pudieron viajar a Chile para ir a buscarla así que la niña llegó acompañada por la sobrina de la mujer que en esa época dirigía la Quinta de Tilcoco y que trabajaba codo a codo con padre Alceste. Tanto Cristina como Rachel pudieron encontrar a sus mamás y conocer la verdad sobre sus orígenes.

Quien no quería conocer su historia era Florencio Raúl Severini, que hoy es un hombre de casi 50 años y vive en un pueblo en Italia, cerca de Roma. Tuvo una infancia difícil, su mamá se fue y su papá se murió cuando él tenía unos 7 años, pero tenía dos medios hermanos mayores de edad que nunca fueron ados para la adopción y que, al enterarse que había desaparecido, lo fueron a buscar, sin éxito. Fue adoptado cuando tenía 11 años del hogar de padre Alceste por un matrimonio italiano que no había conseguido adoptar hasta que otra familia del pueblo no los puso en o con padre Alceste.

Por un tiempo largo Florencio no quiso saber nada de su pasado, tenía recuerdos dolorosos y no quería volver con la mente a esa época. Sin embargo, algo había quedado en sus adentros y cuando tenía alrededor de 24 años empezó “a soñar los lugares en donde había nacido, vivido, antes de llegar” y ahí decidió emprender el camino de búsqueda de sus orígenes. Encontró a su familia, su tía, su mamá, sus hermanos. Recorrió el país, buscó información, se enteró de que tenía un primo adoptado en Italia y una hermana en Bélgica con la que, a la vuelta, se puso en o.

Una de las últimas imágenes que tenía de Chile era la de una camioneta blanca donde lo subieron a la fuerza para llevarlo al hogar de padre Alceste, sin que pudiera despedirse de nadie. Unos pocos meses después, esa pareja que a lo largo de mucho tiempo no había podido adoptar legalmente en Italia, se encontró con un niño de 11 años recién llegado de Chile.

La relación de Florencio con su familia adoptiva fue muy buena, fue muy querido por sus padres y él también los quiso mucho. Hoy sigue viviendo en el mismo pueblo en donde llegó a los 11 años y tiene su familia. Está contento con su vida en Italia aunque, al preguntarle si prefiere que le digan Florencio o Raul, contesta: “Prefiero que me digan Florencio, me hace sentir más cerca de mis raíces”.

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