La ciencia bajo asedio
Ya es hora de que Chile y sus gobernantes se interesen en este tipo de crisis, la que ciertamente carece de espectacularidad ante el cúmulo de escándalos de corrupción que han estallado por estos días

Qué duda cabe: la ciencia está viviendo por estos días tiempos muy difíciles en uno de los principales países productores de esta forma de conocimiento. Bajo la segunda presidencia de Donald Trump, el gobierno de los Estados Unidos ha emprendido una política cargada de hostilidad hacia las principales universidades de este país del norte, socavando una de sus razones de ser, la ciencia.
En tal solo cuatro meses, la Casa Blanca ha estado hostilizando a las mejores universidades estadounidenses, lamentablemente con mucho éxito: allí está el ejemplo de la Universidad de Columbia, cuyo board concedió permitir que sus agentes de seguridad detengan a personas, así como reasignar el control del departamento de Oriente Próximo, a cambio de recuperar 400 millones de dólares en contratos federales. El caso es preocupante porque la restauración de tamaño financiamiento se paga al precio fuerte de una pérdida de libertad académica, dañando profundamente el corazón de la producción y transmisión de conocimiento.
Por estos días, es la Universidad de Harvard la que ha sido objeto de presiones por parte de la istración Trump, la que ha congelado la entrega de fondos federales mientras no se cumplan exigencias políticas disfrazadas en la retórica de lucha en contra del antisemitismo. Hasta ahora, la Universidad de Harvard (la casa de estudios más rica del mundo con una dotación de más de 50.000 millones de dólares) ha resistido esta intromisión de un gobierno radicalizado, que busca prohibir que estudiantes extranjeros se matriculen. Nadie sabe cómo terminará esta controversia que, lógicamente, terminó judicializada.
Estos dos ejemplos describen muy bien una de las dimensiones más inquietantes de la guerra cultural que está siendo desatada por la extrema derecha global, en este caso por Estados Unidos y su inicio de hostilidades en contra de la catedral: es bajo este nombre que se conoce uno de los caballos de batalla de la extrema derecha. En la catedral se inscriben las universidades, los medios de comunicación, la prensa y algunos circuitos de producción cultural (como Hollywood), todos ellos acusados de albergar y fomentar el pensamiento progresista o, derechamente de izquierdas.
Pues bien, el Gobierno de Chile -a través de su ministerio de ciencias y su Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID)- está propinando un duro golpe a la ciencia local. El caso es paradójico, ya que se supone que el Gobierno del presidente Gabriel Boric es un gobierno que alienta el desarrollo de la ciencia (aunque sin haber cumplido su promesa de aumento relevante del presupuesto estatal a favor de la ciencia durante su mandato).
Seamos claros: la política científica del Gobierno de Boric no tiene nada que ver con la política anti-científica, dark del gobierno de Trump. Lo que resulta criticable en el Gobierno de Chile es no tomar seriamente en consideración la guerra desatada en contra de la “catedral”, permaneciendo en una forma de incompetencia burocrática que solo puede alimentar el discurso anti-ciencia. Es cierto que este problema de incompetencia burocrática y ministerial se viene arrastrando desde hace tiempo (en menos de cuatro años de mandato del presidente Boric, ya van tres ministros del ramo), lo que está impactando en el financiamiento de todos los instrumentos y proyectos (sumemos a los becarios que se encuentran cursando estudios de postgrado y doctorado en el extranjero). Es así como, en lo que va del año 2025, son centenares los proyectos Fondecyt que aun no reciben financiamiento para el año en curso: ¿cómo no percatarse del gravo daño que esto produce a la generación de conocimiento, desde el trabajo de experimentación que se encuentra programado desde hace meses hasta la investigación social en una carrera contra el tiempo para alcanzar las metas en el tiempo de duración de los proyectos? Esta crisis es especialmente severa para las ciencias sociales, ya que se viene difundiendo en Chile ese ánimo en contra de la “catedral” bajo el cargo de parasitismo de quienes hacen sociología, ciencia política o historia.
Peor aún. Se ha informado que la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) está contemplando evaluar la pertinencia del gasto en los futuros proyectos: dramático. Sinceramente, si esta evaluación por burócratas de lo que merece ser comprado por científicos es llevado a realidad, entonces la puerta queda abierta para que un futuro gobernante de derecha radical socave, desde dentro, la investigación científica. El candidato presidencial José Antonio Kast es un buen conocedor de este tipo de asuntos a escala de la internacional reaccionaria, ya que preside desde 2022 el ultra conservador Political Network for Values (PNV). Sobre las consecuencias políticas de la crisis del financiamiento de la ciencia en Chile nadie habla, salvo uno que otro reportaje periodístico como el de CIPER en 2024, mientras la política brilla por su mutismo.
Ya es hora de que Chile y sus gobernantes se interesen en este tipo de crisis, la que ciertamente carece de espectacularidad ante el cúmulo de escándalos de corrupción que han estallado por estos días. Lo inquietante es la ceguera de lo que podría ser un nuevo asalto a la catedral, con la paradójica complicidad de un gobierno que, al asumir, comprometió interés y voluntad en animar el espíritu científico… sin lograrlo.
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